jueves, 30 de diciembre de 2010

Te aguarda un mundo entero, no lo hagas esperar.

Foto por Andrea González Güemes

Hay quien se conforma con relacionar el verbo vivir con el mísero latir del corazón, pero vivir no sólo consiste en respirar, y eso se aprende cuando tienes alguna razón por la que hacerlo, o por desgracia para aquellos que las dejan escapar, cuando ya no tienes ninguna.
Hay quien se tiene que adaptar a las relaciones, y relaciones que surgen sin darnos cuenta; probablemente las mejores.
Hay quien pone lo mejor de sí mismo en cada latido, y otros se empeñan en buscar una razón lógica para su incesante movimiento. Hay quien apura cada momento al máximo, que vive un éxtasis diario; y negatividad que se ahoga en inseguridades de personas que no han sido suficientemente queridas.
Hay quien lo único que necesita para vivir es saber que tienen alguien por quien hacerlo y otros que sólo necesitan poder volar y un cielo por conocer. Si eres de los primeros estoy aquí; si eres de los segundos te pongo las alas, el motor, y hasta el puto tren de aterrizaje.

Solo seremos libres cuando no haya más que perder.

Foto por Andrea González Güemes

Seguro de sí mismo, los pasos en falso han marcado su vida, aunque en realidad nunca se ha echado atrás en lo que ha empezado, su autoestima o no sé qué ha hecho que consiga lo que quiera, a quien quiera. Y eso es, una larga lista en poco tiempo de nombres de chicas que duraron en su cabeza un tiempo proporcional a la longitud de sus piernas, o de su sonrisa.
Aún con lista de espera a las espaldas de alguna tonta que se quedó pillada de sus suspicacias, de sus piercings o de su gomina, la eligió a ella, la única que apareció sin tener nada que perder, y sin que importase demasiado ganar.
Algunas todavía se preguntan cómo es posible, y las que se creyeron su primer amor una vez tras otra acabaron o acabarán por darse cuenta de que sólo fueron una coartada de besos, un plato de transición hasta que apareciera alguien a quien poder llamar ELLA.

Sabiendo que la búsqueda era eterna.

Foto por Nato Bocanegra
Anoche, cuando les vi, se acababan de conocer, y te juro que parecía que se querían. No sé si fue la soledad o las ganas de fiesta, o ambas, pero cuando se abrazaban, parecía que se hubieran contado todos los secretos de la vida. Como si la única verdad indiscutible fuera el calor de sus manos, el roce de sus labios y la amnesia temporal producida por un huracán de lenguas. Se sonreían ajenos a la idea de que horas después, cuando se despertaran con un desierto en la boca cada uno en su cama, tendrían todo el tiempo del mundo de recapitular, de arrepentirse, o de seguir con el objetivo de coleccionar una sonrisa distinta cada sábado.
Todos hemos jugado a algo parecido alguna vez, todos nos hemos enamorado y hemos jurado que eso no merecía la pena, que lo que necesitábamos eran unos brazos que nos cobijasen sin tener que buscarlos, todos nos hemos desenamorado y hemos dicho que salir cada noche a matar era la mejor opción, y todos, al final, hemos vuelto a empezar.
Mientras todos le daban palmaditas en la espalda, hubo un momento en el que, sin palabras, pudo ver cuánto me compadecía de él.
Yo tengo unos brazos, unos de unos 15 km, así que imagínate.

El camino de una vida no es sencillo.

Foto por Andrea González Güemes
"La muerte te espera en el pasillo, la vida se consume como un cigarrillo "
A dos días de fin de mes, fin de año, fin de década, aún me faltas, un año más. La mayoría de las personas solo saben echar de menos en kilómetros, suerte para ellos. A ti te tengo que contar en latidos, en respiraciones, en todo eso que hace tiempo dejaste de hacer.
Creer en Dios es un daño colateral, un necesario para que exista el cielo, suponiendo (escatimando en merecidos lujos) que solo te concedieran eso, tomando el resto como fianza.
A día de hoy, aún intento explicarme cómo con ocho años ya entendí que un corazón tan grande necesitaba más de una vida, y que, dejar de latir no era dejar de existir.
Aún te quedas jugando con un pastor alemán cuando paso por el camino de tu casa a la iglesia, sí, esa que solo pisaba cuando dormía allí la noche de reyes, y a la que, por cierto, no he vuelto a entrar. Alguien que te quita de mi lado, no se merece que le visite, y, de todas formas, no necesito intermediarios.
Y aún la abuela te grita y se enfada porque llegamos tarde y, como dice ella, “La puntualidad es una cosa muy importante, la gente seria es puntual, yo llego siempre cinco minutos antes”, otra cosa que no he terminado de heredar, no me gusta tentar al destino echando un pulso a las manillas del reloj, ni perder el tiempo esperando.
Aún me lías hablándome al oído desde la puerta de la cocina cuando ella está cocinando en nochevieja, y la tiro del delantal hablando entre los dientes de una sonrisa de esas que después dejan agujetas, para decir en bajito “abuela moña” y salir corriendo por la puerta a tus brazos, mientras Alba, Héctor y Sergio se mueren de la risa, como niños que se ríen de otros niños, o peor aún, de tonterías ideadas por mayores.
Aún me despiertas cantando “por el camino que lleva a Belén” mientras te anudas la corbata y te pones los gemelos en sus respectivas mangas, con esa sutil elegancia de quien lo es por naturaleza, por los poros, para que otros puedan deleitarse a tu paso con los ojos brillantes y, si me apuras, la boca abierta.
Aún me llamas para poner el árbol todas las navidades, aún me escribes cartas firmadas por Melchor, aún me das la paga, aún me llevas al parque y me curas las heridas, aún me sonríes desde el sofá con tu bata verde llena de bolitas, aún.
Aún me acuerdo de todo, ocho años después, aún.
Feliz Año abuelo, donde estés.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Este año me he portado muy bien.

Foto por Lurdes Porros
Queridos Reyes Magos:
Este año quiero que el mundo gire más despacio, disfrutar de cada sorbo de sus sonrisas de champagne y no perderme sus voces de reconfortante nana de secretos a rock’n roll asesino de domingos resacosos. Y una mejor memoria, que capture todas las gamas de colores de sus ojos en cada estación del año, para guardarlas en mi álbum mental junto a los fotogramas de una vida juntas, junto a las miles de imágenes que rondan por mi cabeza cuando pienso en sus tres letras, en los momentos, importantes o no, de cualquier noche a fuego, en fondos de vasos que nunca dejan de vaciarse y en su respectivo amanecer un domingo a las tres de la tarde con una Font Vella en la mano y una sonrisa con sabor a suela de zapatilla.
Como pedir es gratis, les pido paciencia, a ellas, para que sigan al pie del cañón un año más y los que nos queden de respiración. Paciencia, porque como les pida fuerza, me llevaré más de una colleja, merecida, por qué no decirlo.
También me gustaría vivir lo suficiente para devolverles toda la felicidad que ellas regalan, o sea, unos doscientos años, aprox. Y sino, que encuentren quien se la de, como ellas quieran, que se lo merecen.
Por pedir, pido una vida juntas en la que seamos catorce, ni más (se aceptan excepciones), ni menos.

domingo, 26 de diciembre de 2010

Si se acercan tiempos de tormenta y vienen nubes negras, no te hundas.



La gente nos mira cuando llueve y llevamos el paraguas en la mano, cerrado, claro, y en la otra nos tenemos a nosotros, con nuestra única y exclusiva manera de encajarnos, de momento. Y si te hago reír intentas besarme, mientras seguimos paseando, claro, y provocas colisiones frontales y fracturas múltiples del tabique nasal, entonces te vuelves a reír porque casi me sacas un ojo. Y encima nuestros flequillos mojados se han quedado enganchados momentáneamente, como si fueran los únicos que se atreviesen a gritar y manifestar a los cuatro vientos que no queremos separarnos ni un milímetro más de la cuenta, del necesario para respirar oxígeno, pero sin dejar de respirarnos a nosotros, claro. Aunque, si te soy sincera, subiría al castillo, cogería todos los apuntes que tenemos, todos esos para los que no hemos tenido tiempo en estos meses, los haría un cono, y les diría a las luces de Navidad que eres lo que más quiero del mundo mundial.

Sechsundzwanzig

Foto por Igor Gomez
Hace frío fuera, en el cielo lucha por brillar más llena y grande que nunca entre las nubes, ella. Como yo, que me siento así desde que le encontré sin buscarle, como si me hubiera respondido Polo a un Marco que no sabía que había dicho en voz alta, pero que lleva un mes susurrándome al oído. Y a veces, para estar más cerca aún, me lo dice con la mirada, y yo me imagino su voz: “eh, que estoy aquí”. Y pone cara de expectación hasta que dejo de morderme el labio y le respondo muy bajito “déjame”, por no darle las gracias a todo segundo, a todo latido.