El principio era el mercurio desafiando al cristal
mientras los demás hablaban de la poética que mantiene el sol
cuando se quiere quedar un rato más.
Después lo he visto volver cada mañana
a secar cualquier resquicio de primavera,
con la crueldad autoimpuesta de quien se avergüenza
de su reiterada retirada.
La obertura del desenfreno,
y yo ajena a la inspiración.
Y, de repente,
poesía.
Y arena y sal.
Y rocas que son casa y preludio de la mañana.
Y domingos en los que te sueles jurar
que hay cosas que nunca deben cambiar.
Y sudor con sentido,
y humedad consentida.
Y la velocidad sin radar,
y al cuentakilómetros no le salen las cuentas.
Y la risa sin prisa.
Y el sur. Y el mar.
Y yo, desnortada, y despeinada.
Y subversiva. Y con resaca.
Y todos los caminos que llevan a Roma
te traen hasta aquí.
Y siempre nos quedará Burdeos,
que Paris hizo arder Troya.
Y tú mis naves.
Y en Chernobyl nacen girasoles
que no le hacen reverencias ni a la luna.