domingo, 17 de mayo de 2015

Oda a la amapola.

A unos oídos que son corazón
y sonrisa.
A los brazos que quisieran tener más hombros
para dejarme llorar
o para remar a salvarme en cualquier bar de dudas.
A la cordura que lanza para rescatarme
de los precipicios a los que me asomo,
de las arenas movedizas del pozo
de mi enajenación.
Al rastro de palomitas que deja
para marcarme la salida
de cada laberinto
y a que me las ceda todas
cuando pedimos birras en el München.
A Extrechinato bajo su manga
para librarme de cualquier "y tú"
que me persiga.
A los sentimientos a flor de piel
cuando solo me queda eso
y hueso.
A mis lágrimas que empañan sus gafas.
Tiene una casita blanca para ti
y un alma que menos le cabe
cuanto más te abre las puertas.



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