lunes, 9 de mayo de 2011

Tu destino, dicen, ya está escrito. El mío tengo que escribirlo yo.

Foto por Andrea González Güemes

Ojalá el destino existiera, una fuerza tan grande que es capaz de explicar en sí misma todas las cosas que ocurren en el mundo. Explicar, por ejempo, por qué a la mitad del mundo le sobra hasta el aire, y el resto se muere de hambre, o por qué pierden todo los que no tienen medios para recuperarlo, "si la naturaleza se está vengando, como todos decís, no entiendo como es tan torpe y se equivoca siempre de país".
El destino es la consolación para los desamparados, la excusa para los cobardes y la verdad para los enamorados. El destino es subjetivo, no tiene definición, ni razón de ser.
Si todo está escrito desde antes de nacer, todo lo que hacemos en la vida no lo elegimos nosotros. Si el destino existe, la libertad nunca es plena. Seríamos los actores de la vida aún ignorando conscientemente el guión. ¿Lo escribió el director para dejarlo en nuestros subconscientes? ¿Desde ahí es capaz de guiar la totalidad de nuestro recorrido en la película?
Sería demasiado fácil, no tendría sentido preocuparse por las decisiones de la vida. Y aquí estamos, levantándonos por la mañana a decidir qué ropa ponernos, qué desayunar, qué hacer para evitar las grandes elecciones y ahogándonos en vasos de agua cada vez que algo se nos escapa de la razón, y de las manos.
Ya basta de hacer caso a quien dice que "más vale lo malo conocido, que lo bueno por conocer", quien no arriesga, no gana.
Desafía al destino, no huyas de la felicidad.

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